A alguien hay que echarle la culpa

Cuando mi amigo Alessandro supo que viajaba a Milán me dio un consejo: “Ve a la Galería Vitorio Emanuelle II. “En el centro, encontrarás un toro en el piso. Pon tu talón derecho sobre sus genitales y da una vuelta. Te traerá buena suerte”. Seguí las instrucciones al pie de la letra. Sin embargo, a partir de ese momento mi surte cambió para mal. A alguien hay que echarle la culpa de eso.

El día había empezado mal porque perdí el tren. Sin embargo sobrellevé la demora con un rico café. Ese incidente es parte de un artículo pasado. Pero la historia no acaba ahí.

Toro de Milán
El culpable de mi mala suerte.

Caminé durante horas disfrutando de esa bella ciudad. Después de admirar la galería desde afuera, me dirigí haca su centro para cumplir con mi cometido. El toro es más pequeño de lo que pensé pero no me costó trabajo encontrarlo. Estaba rodeado por decenas de turistas. Al parecer era un secreto a voces.

Ahí estaba yo, tímidamente, esperando mi turno. Valía la pena. Cuando pusiera mi pie en las partes nobles del toro mi suerte cambiaría para bien. Después de unos minutos giraba yo alrededor de la bestia. Finalmente estaba listo para que mi suerte cambiara radicalmente. Y lo hizo… para mal.

A alguien hay que echarle la culpa de este incidente. Al toro. O a Alessandro. No: al dueño del restaurante que abusa de los turistas. Qué tal la nube negra que me dejó empapado. Todos están en mi contra. Desafortunadamente la racha de mala suerte no paró ahí. . .

El culpable está a la mano

Durante años pensaba que si hacía algo bien, era gracias a mi habilidad. Si los resultados no eran los esperados, había infinidad de factores externos que habían conspirado en mi contra. La gente que no entiende mi idea, el gobierno, la lluvia, el tráfico. Todos, al unísono, conspirando contra mí.

No hay que leer el párrafo anterior de manera profunda para detectar algo que no está bien. No es posible que todos estén mal y yo sea el único que hace bien las cosas. Sin embargo, a veces vemos los resultados desde esa perspectiva, y hay una razón.

La dura realidad

Es natural culpar a circunstancias externas de nuestros fracasos. A todos nos pasa. Es un mecanismo natural, pero nos deja una visión poco realista. A alguien hay que echarle la culpa, al final de cuentas. Los éxitos, sin embargo, se deben a nuestra gran visión y a la manera magistral en que superamos grandes obstáculos.

Esta manera de ver la vida es incorrecta. Si no vemos la realidad, nos cerramos las puertas al aprendizaje. Así perdemos una gran oportunidad de actuar, planificar, hacer y revisar. Lo que pudo ser una gran enseñanza se convierte en pensamientos negativos y en tiempo perdido.

Un buen comienzo es enfrentar la realidad de frente. Debemos de responsabilizarnos por los resultados que obtenemos. Entonces es posible detectar los factores internos que influyeron, por ejemplo:

  • Falta de práctica o de preparación.
  • Ignorancia.
  • Percepción demasiado alta de nuestras propias habilidades.
  • No haber considerado los factores externos.
  • Falta de tenacidad.
  • Pérdida de interés.

Una dosis de realidad ayuda a detectar errores para no repetirlos en el futuro.

Teatro Viena
Hay que dejar el puesto de espectadores y responsabilizarnos de lo que pasa.

Equivocarse, aprender, repetir

Lo más fácil es culpar a otros. Pero a largo plazo esta no es la mejor solución. Ver nuestras deficiencias ayuda a analizar las fallas. Después, con información fresca, es posible buscar otra oportunidad y seguir intentando.

Debe de haber un límite. No podemos toparnos con la misma pared todo el tiempo. Algunas veces el análisis nos llevará a desistir. Aún así ganamos: aparte de responsabilizarnos por nuestros actos, aprendemos la lección.

A alguien hay que echarle la culpa

Los años me han enseñado que echar culpas es una pérdida de tiempo. Los factores externos son solo actores en el proceso, no causantes. No debemos de culpar a la gente difícil, al mal tiempo, el tráfico o a la inflación de lo que nos pasa. Hay que sobrellevarlos.

Si a alguien hay que echarle la culpa de todo lo que nos pasa, es a nosotros mismos.

La percepción da un giro de 180 grados cuando nos echamos la culpa. Las cosas, vistas desde una perspectiva externa y neutral, se ven como son. La salida fácil de ponernos en el papel de víctimas no lleva a ningún lado.

Este cambio de mentalidad nos demuestra que mucho de lo que pasa es error nuestro:

  • Es mi culpa haber llegado tarde. No tomé en cuenta el tráfico.
  • El proyecto fracasó porque no consideré limitaciones y permisos gubernamentales.
  • A mi negocio lo devoró una empresa gigante porque no aproveché los nichos que ellos no cubren.
  • Me mojé porque no llevé paraguas.
  • Los gastos me comieron porque no lo ahorré al principio del mes.
  • Mis jefes y compañeros me tratan mal pero no he hecho nada por cambiar de trabajo.
Dinosaurio
Ellos le echaron la culpa a un meteorito. Más bien no se adaptaron al efecto invernadero. Ni aguantan nada.

La solución a [casi] todos los problemas

Un día, leyendo un libro de negocios, vi algo en lo que no estuve de acuerdo: si mi negocio falla, es mi culpa. ¿Qué hay del gobierno? ¿Y la competencia desleal? Hay empleados deshonestos, terremotos, crisis económicas.

Sin embargo, después entendí que es cierto. Ante las injusticias que sufrimos, hay dos soluciones:

  1. Quejarnos y ponernos en el papel de víctimas.
  2. Aceptar nuestra responsabilidad y analizar nuestras fallas.

Me consta que es difícil. Yo llevo dos años intentándolo. Y a veces caigo. A veces nos tomamos las cosas de manera personal, pero hay que aceptar nuestra parte. No perdamos el tiempo buscando chivos expiatorios.

Si lo que pasó se debe únicamente a factores externos, no vale la pena quejarnos. Es algo que está fuera de control. No hay nada más que hacer: borrón y cuenta nueva.

Conclusión

Debemos de ser valientes y enfrentar la realidad. Si a alguien hay que echarle la culpa, casi siempre es a nosotros mismos. Esto no quiere decir que hay que darse por vencido:

Me equivoqué, todo es por mi culpa. No valgo nada, no tiene caso seguir intentando.

Esa no es la actitud correcta. Hay que preguntarnos qué hicimos mal. Si alguien o algo nos afectó directamente, hay que estudiar las formas de evitarlo en el futuro. Tenemos que responsabilizarnos por nuestros actos sin ser muy duros con nosotros mismos. Debemos de perdonarnos y aprender.

Galería
De regreso en la galería Vitorio Emanuele II

. . . Regresé furioso. Le dije a Alessandro que su toro es un fraude. Relaté mi comida en una trampa de turistas. Cómo el mesero se reía de mí mientras servía comida de baja calidad y alto precio*. Describí el aguacero que me agarró en medio de la calle, sin oportunidad de protegerme. Expliqué que a partir de ese momento todo me había salido mal.

“¿En qué dirección le diste la vuelta al toro?”

“En el sentido de las manecillas del reloj, como me dijiste.”

“¡No! ¡En contra de las manecillas del reloj, te lo dije!”

Fue mi culpa.

Meses después, de regreso en Milán, esperaba tímidamente mi turno para pisar los genitales del toro ya dar la vuelta correcta de una buena vez. A partir de ese día mi suerte cambió para bien. Y a alguien hay que echarle la culpa: a mí mismo.

Nota

* Exhorto a los amables lectores a evitar esas trampas turísticas en los destinos más populares. Basta con caminar unas cuantas cuadras y alejarse de las multitudes. Ahí se encuentran los restaurantes de verdad.

6 respuestas a “
A alguien hay que echarle la culpa

  1. Qué ameno tu artículo y muy aleccionador. Siempre es más fácil echarles la culpa a otros que asumir nuestras responsabilidades.
    Excelentes fotos. Cómo me gustó esa galería de Milán. La recuerdo perfectamente después de 56 años. Enfrente, la monumental catedral. Te felicito.

  2. Muy bueno tu artículo, me hiciste reír. Si yo fuera a.Milán, no iria a ver al toro, no sea que me pasé igual que a ti. Y es cierto, que es más fácil hecharle la culpa a alguien, que admitir nuestras errores y enfrentarlos. Felicidades

  3. Una gran lección: enfrentar la realidad. Es bueno poner la culpa de lo malo en su origen real y no en cosas o factores que tienen poca influencia en nuestros propios errores.
    Muy bien escrito el artículo y muy buena la anécdota del toro, je je.
    Felicitaciones.

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