Leer y escribir son alimento para la mente

Leer y escribir son alimento para la mente

Siempre me ha gustado sentarme atrás. Lo hago en estos días cuando recibo cursos de capacitación en mi trabajo. En tiempos más remotos, mi preferencia era la misma. Cuando estoy adelante siento que pierdo la concentración. Posiblemente la cercanía a la autoridad me intimida un poco. Me siento observado. En mi lugar favorito estoy en mi elemento. Leer y escribir se vuelven mi naturaleza.

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Un plan B en todo momento

Un plan B

La familia estaba a bordo de un pequeño auto mal estacionado a un lado de la calle, evitando apenas afectar el paso de los otros coches. Yo me encontraba afuera del auto. ¿La razón? Estaba comprando tamales* en un puesto de la calle para un desayuno familiar en casa de mis padres. Plan sencillo: trasladarnos al otro lado de la ciudad, desayunar rico, pasar un rato de sobremesa para seguir con otros planes del día. ¿Qué podía salir mal? ¿Había necesidad de tener un plan B? Para nada.

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Propósitos de Año Nuevo en octubre

Propósitos de año nuevo en octubre

Me consta que era un jueves del mes de octubre. El lugar: un edificio en el histórico Paseo de la Reforma de la Ciudad de México. Acaba de pasar el mediodía. Lo demás son solo especulaciones. En realidad nunca recibí una reseña muy completa de tan importante evento. Conozco algunos detalles, pero nada más. Es físicamente imposible para mí saber o recordar lo que pasaba. Pero ese día sería en el futuro la fecha de mis propósitos de año nuevo.

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El hábito sí hace al bloguero

El hábito sí hace al bloguero

Me encontraba solo frente a un reto que parecía imposible. Todos me habían abandonado. No había ayuda a la vista. Desgraciadamente el hábito estaba muy inculcado en mí. Era hora de pagar las consecuencias. Esperar un rato o dejarlo tendría un resultado funesto. El reto crecía de forma exponencial, mientras el tiempo transcurría impasible.

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El paso del tiempo es inevitable

El paso del tiempo es inevitable

Entre los recuerdos más vívidos de mi infancia está la noche del 5 de enero de 1979. ¿Por qué recuerdo una fecha tan precisa? Porque fue el día anterior a la llegada de los Tres Reyes Magos, a mis escasos 6 años. Ese día el paso del tiempo era  muy lento. Cumplí con mis obligaciones puntualmente. La cena fue a la hora prevista. No quise ver televisión ni leer. Mi prioridad era ir a la cama cuanto antes.

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El futuro que nos merecemos

El futuro que nos merecemos

Llegué cansado y entusiasmado después de un viaje muy largo. Era mi día favorito de la semana: martes. Lo disfruto mucho porque toca publicar artículo y descanso de mi  ejercicio. Para mi sorpresa, el autobús que me llevaría del aeropuerto a mi hotel en la Gran Manzana tenía Internet. El entusiasmo duró poco. Al conectarme me di cuenta de que el servidor que aloja este blog (y otros sitios bajo mi responsabilidad) estaba fuera de línea. ¿En serio? Ese no es el futuro que nos merecemos.

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El poder que da el conocimiento

El poder que da el conocimiento

“Te llaman”, dijo mi mamá. En los ochenta (y antes) el teléfono estaba en la sala, conectado a la pared (¿se acuerdan?). Lo compartía toda la familia. Cuando sonaba, cualquiera lo contestaba. Después de una pequeña plática se entregaba el auricular al destinatario. En ese momento no estaba yo para llamadas. Estudiaba para un difícil examen que tenía al día siguiente. “Voy a tu casa ahora mismo” y colgó. Necesitaba adquirir el poder que da el conocimiento. No era hora para recibir visitas.

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Echando a perder se aprende

Echando a perder se aprende

Con entusiasmo saqué la computadora portátil * de su caja. Sorpresa: incluía estuche. Segunda sorpresa: era más delgada de lo que pensaba. La conecté. Sin pensarlo, inserté un dispositivo USB con el sistema operativo de mi preferencia (basado, por supuesto, en el núcleo de Linux). Con gran habilidad completé los pasos para la instalación. Arranqué entusiasmado mi nuevo sistema en la flamante máquina. Resultado: luces multicolores parpadeando y una pantalla negra. Echando a perder se aprende.

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Al Universo le somos indiferentes

Al Universo le somos indiferentes

Compartir cuarto en mi niñez con un hermano mayor con tendencias científicas tuvo ventajas y desventajas. Por el lado de las desventajas, las peleas eran más difíciles de ganar: siempre encontraba argumentos lógicos contra mis primitivos ataques y contra-ataques. La situación llegó al límite cuando decidió que el cuarto era su territorio y me expidió un pasaporte. Por otro lado, tenía a mi disposición una gran cantidad de libros de ciencia o de divulgación científica. Así aprendí que al Universo le somos indiferentes.

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Esa monótona zona de confort

Esa monótona zona de confort

A mis escasos veintidós años trabajé en el departamento de atención a clientes de una enorme empresa de mensajería. Mi tarea consistía en estar frente al teléfono durante mi turno y recibir llamadas. Los que me conocen, inmediatamente habrán detectado que ese trabajo me sacaba completamente de esa monótona zona de confort en la que tan a gusto me sentía. La razón: les tengo pavor a los teléfonos.

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