Las noches sabatinas en la Sala Nezahualcóyotl de la Ciudad de México me traen buenos recuerdos. La aventura comenzaba en la tarde en casa de mi amigo Mariano. De ahí nos trasladábamos al concierto. Nunca llegué a ser un experto en música clásica, pero Mariano lo es. Por eso confiaba ciegamente en sus recomendaciones. Si él decía que algo era bueno, no lo cuestionaba.