De antemano ofrezco una advertencia: soy muy necio. También soy paciente. Mientras otros han caído, yo he seguido en pie. Pero no todo es un éxito: cuando otros cambian sabiamente de parecer, yo continúo detrás de causas perdidas. El no dejar de intentar me ha dado excelentes resultados. También me ha hecho perder tiempo valioso. Lo que puede ser una virtud se nos puede voltear.
Echando a perder se aprende
Con entusiasmo saqué la computadora portátil * de su caja. Sorpresa: incluía estuche. Segunda sorpresa: era más delgada de lo que pensaba. La conecté. Sin pensarlo, inserté un dispositivo USB con el sistema operativo de mi preferencia (basado, por supuesto, en el núcleo de Linux). Con gran habilidad completé los pasos para la instalación. Arranqué entusiasmado mi nuevo sistema en la flamante máquina. Resultado: luces multicolores parpadeando y una pantalla negra. Echando a perder se aprende.
Confesiones de un ochentero
Creo que fue durante unas vacaciones de verano. O tal vez un día feriado. El caso es que no había clases. Mi amigo Juan Manuel* y yo estábamos sentados frente al monitor con letras verdes sobre un fondo negro. Escribíamos un programa en el lenguaje BASIC. Era, con mucho, el programa más largo que habíamos escrito. La culminación de todo lo que habíamos aprendido leyendo y copiando ejemplos de libros y revistas de programación. Corría el año 1987. Buena época para una buena introducción a las confesiones de un ochentero.
Mi uso del software de código abierto
Mi uso del software de código abierto es un tema tan importante en mi vida que merece al menos un artículo introductorio. Después entraré en más detalle en otros artículos donde trataré varios proyectos y experimentos en los que el software libre tendrá un lugar protagónico.