En la escuela secundaria me dio por dibujar aviones durante clases. Al principio los copiaba de revistas. Después los trazaba de memoria, con resultados aceptables. En la misma época escribí algunos cuentos cortos. Tampoco eran malos. Ambas actividades, sumadas a otros pasatiempos, absorbían gran parte de mi tiempo. Llegó el momento en que no sabía cómo organizar los proyectos, de tantos que eran.
La inevitable plática padre-hijo
Diré la verdad: me sentí agobiado. ¿Cómo pude dar tan importante consejo, tan a la ligera y sin pensarlo más de un instante? Mi cuñada me agarró en un momento de optimismo. Para colmo pasó dos veces, no una. Después de haber ofrecido tales consejos, me queda una pregunta: ¿Qué pasará cuando llegue la inevitable plática padre-hijo? No lo sé. Por eso creo que lo más sensato es prepararme desde hoy.