El despertador sonó a las 5 de la mañana. Cosa extraña en viernes, día que por estos rumbos marca el comienzo del fin de semana. No me importaba. Estaba concentrado en el evento que venía. Tomé agua y me di un baño innecesario: en dos horas estaría todo sudado. La noche anterior repasé con detalle la estrategia para una carrera de 10 km que se llevaría a a cabo a las 7 de la mañana. Todo bajo control.
Ser un experto no es suficiente
Las noches sabatinas en la Sala Nezahualcóyotl de la Ciudad de México me traen buenos recuerdos. La aventura comenzaba en la tarde en casa de mi amigo Mariano. De ahí nos trasladábamos al concierto. Nunca llegué a ser un experto en música clásica, pero Mariano lo es. Por eso confiaba ciegamente en sus recomendaciones. Si él decía que algo era bueno, no lo cuestionaba.
A alguien hay que echarle la culpa
Cuando mi amigo Alessandro supo que viajaba a Milán me dio un consejo: “Ve a la Galería Vitorio Emanuelle II. “En el centro, encontrarás un toro en el piso. Pon tu talón derecho sobre sus genitales y da una vuelta. Te traerá buena suerte”. Seguí las instrucciones al pie de la letra. Sin embargo, a partir de ese momento mi surte cambió para mal. A alguien hay que echarle la culpa de eso.
Saber escribir es solo cosa de práctica
Quería convencerme de que era una respuesta más en Quora *. Pero sabía que esta vez era diferente. Fue difícil porque estaba respondiendo una pregunta agresiva. Un ataque directo contra mi amada profesión. Por ello, tenía que escribir de manera elegante e inteligente. Luchaba contra mi propia indignación. Hay que saber escribir para poder salir airoso de algo así.