Al Universo le somos indiferentes

Al Universo le somos indiferentes

Compartir cuarto en mi niñez con un hermano mayor con tendencias científicas tuvo ventajas y desventajas. Por el lado de las desventajas, las peleas eran más difíciles de ganar: siempre encontraba argumentos lógicos contra mis primitivos ataques y contra-ataques. La situación llegó al límite cuando decidió que el cuarto era su territorio y me expidió un pasaporte. Por otro lado, tenía a mi disposición una gran cantidad de libros de ciencia o de divulgación científica. Así aprendí que al Universo le somos indiferentes.

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Esa monótona zona de confort

Esa monótona zona de confort

A mis escasos veintidós años trabajé en el departamento de atención a clientes de una enorme empresa de mensajería. Mi tarea consistía en estar frente al teléfono durante mi turno y recibir llamadas. Los que me conocen, inmediatamente habrán detectado que ese trabajo me sacaba completamente de esa monótona zona de confort en la que tan a gusto me sentía. La razón: les tengo pavor a los teléfonos.

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Optimismo y pesimismo van de la mano

Optimismo y pesimismo van de la mano

El sistema de trenes en Tokio es complejo, por decir poco. Nuestro objetivo era viajar del centro de la ciudad al aeropuerto de Narita. El cálculo era difícil. Entre las dificultades lingüísticas y el haber llegado días antes desde Osaka en el tren de alta velocidad, hacían imposible saber con certeza el tiempo que nos llevaría tal travesía. En aquellas épocas el concepto de que el optimismo y pesimismo van de la mano no existía para mí. Era yo un pesimista de tiempo completo.

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La búsqueda de la improductividad

La búsqueda de la improductividad

Los domingos en la tarde eran especiales para aquel niño. Consideraba que tenía tiempo suficiente para disfrutar la parte final del fin de semana. Sus amigos estaban en comidas familiares, por lo que él estaba solo. Todavía era temprano para preocuparse. Tuvo todo el fin de semana y no había hecho su tarea. Ya habría tiempo para eso. Ahora, a sus 44 años, extraña aquellos ociosos días. Es tiempo de hacer algo e iniciar la búsqueda de la improductividad.

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La inevitable plática padre-hijo

La inevitable plática padre-hijo

Diré la verdad: me sentí agobiado. ¿Cómo pude dar tan importante consejo, tan a la ligera y sin pensarlo más de un instante? Mi cuñada me agarró en un momento de optimismo. Para colmo pasó dos veces, no una. Después de haber ofrecido tales consejos, me queda una pregunta: ¿Qué pasará cuando llegue la inevitable plática padre-hijo? No lo sé. Por eso creo que lo más sensato es prepararme desde hoy.

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