La familia estaba a bordo de un pequeño auto mal estacionado a un lado de la calle, evitando apenas afectar el paso de los otros coches. Yo me encontraba afuera del auto. ¿La razón? Estaba comprando tamales* en un puesto de la calle para un desayuno familiar en casa de mis padres. Plan sencillo: trasladarnos al otro lado de la ciudad, desayunar rico, pasar un rato de sobremesa para seguir con otros planes del día. ¿Qué podía salir mal? ¿Había necesidad de tener un plan B? Para nada.
Propósitos de Año Nuevo en octubre
Me consta que era un jueves del mes de octubre. El lugar: un edificio en el histórico Paseo de la Reforma de la Ciudad de México. Acaba de pasar el mediodía. Lo demás son solo especulaciones. En realidad nunca recibí una reseña muy completa de tan importante evento. Conozco algunos detalles, pero nada más. Es físicamente imposible para mí saber o recordar lo que pasaba. Pero ese día sería en el futuro la fecha de mis propósitos de año nuevo.
Esa monótona zona de confort
A mis escasos veintidós años trabajé en el departamento de atención a clientes de una enorme empresa de mensajería. Mi tarea consistía en estar frente al teléfono durante mi turno y recibir llamadas. Los que me conocen, inmediatamente habrán detectado que ese trabajo me sacaba completamente de esa monótona zona de confort en la que tan a gusto me sentía. La razón: les tengo pavor a los teléfonos.
La búsqueda de la improductividad
Los domingos en la tarde eran especiales para aquel niño. Consideraba que tenía tiempo suficiente para disfrutar la parte final del fin de semana. Sus amigos estaban en comidas familiares, por lo que él estaba solo. Todavía era temprano para preocuparse. Tuvo todo el fin de semana y no había hecho su tarea. Ya habría tiempo para eso. Ahora, a sus 44 años, extraña aquellos ociosos días. Es tiempo de hacer algo e iniciar la búsqueda de la improductividad.
La inevitable plática padre-hijo
Diré la verdad: me sentí agobiado. ¿Cómo pude dar tan importante consejo, tan a la ligera y sin pensarlo más de un instante? Mi cuñada me agarró en un momento de optimismo. Para colmo pasó dos veces, no una. Después de haber ofrecido tales consejos, me queda una pregunta: ¿Qué pasará cuando llegue la inevitable plática padre-hijo? No lo sé. Por eso creo que lo más sensato es prepararme desde hoy.
Los problemas reales y los imaginarios
Empiezo esta entrada reportando el resultado parcial de uno de mis primeros artículos: el de la desidia. Tristemente debo reconocer que no he terminado totalmente con el problema. Por lo menos ha habido cierta mejoría. Me he enfrentado con la dificultad de diferenciar entre los problemas reales y los imaginarios. Por ello, me ha costado atacar de frente el asunto. Aparte de eso, he dejado sin resolver pequeños asuntos que deberían ser de muy fácil resolución. Como ejemplo, va una pequeña anécdota.
La peculiar relación entre el estrés y el caos
La semana pasada fue una semana de mucho estrés. Muchos pendientes que por desidia no había podido cumplir. Y muchos aún no han sido solucionados. Pero por alguna razón me siento tranquilo. Gracias a la peculiar relación entre el estrés y el caos veo que tal vez no estoy tan mal. Cumplí con algunos de los pendientes y eso me dio algo de tranquilidad. Otros siguen sin solucionarse. Ya habrá tiempo.
Continuar leyendo “La peculiar relación entre el estrés y el caos”
Los fantasmas de la imaginación
El martes se ha convertido en un día especial para mí. En primer lugar, es el día en que publico artículo del blog. En segundo lugar, es mi día de descanso de correr. Esto me regala un par de horas de mi tiempo, que aprovecho para hacer algunas cosas que me gustan. Suena muy bien en teoría. La realidad es que, sin darme cuenta, el martes se convirtió en uno de los fantasmas de la imaginación.
Las frases célebres que paralizan
“Si la pagas toda te vas a descapitalizar.” Fue la frase que me dijo alguien cuando le comenté que pensaba pagar toda mi deuda 14 años antes de su vencimiento. ¿Sería una de las frases célebres que paralizan, o en realidad tenía razón? En ese momento no sabía qué pensar. No era la primera vez que alguien me lo decía. Estaba confundido porque mi situación no era la más óptima en ese momento. Y la información que recibía generaba un conflicto interno entre lo que oía y lo que pensaba.
Confesiones de un ochentero
Creo que fue durante unas vacaciones de verano. O tal vez un día feriado. El caso es que no había clases. Mi amigo Juan Manuel* y yo estábamos sentados frente al monitor con letras verdes sobre un fondo negro. Escribíamos un programa en el lenguaje BASIC. Era, con mucho, el programa más largo que habíamos escrito. La culminación de todo lo que habíamos aprendido leyendo y copiando ejemplos de libros y revistas de programación. Corría el año 1987. Buena época para una buena introducción a las confesiones de un ochentero.